a otra cosa
legará el fin de una vida, de un viaje, de un día. Apoyarás la cabeza en la almohada y el ventilador cristalizará los hedores invisibles de tu cuerpo. Los últimos flujos orgánicos desembocarán bajo tu cráneo y se irán acomodando entre otras materias ya asimiladas. Será, sin que lo sepas, otro examen de conciencia. Tu rostro describirá con muecas imperceptibles lo que tras él ocurre: la maquinaria mental dispuesta a producir algún orden tal vez posible, diseminando alegrías y angustias en el abstruso laberinto que ella crea para referencias futuras o el olvido eterno. Tanteando en la oscuridad prenderás un cigarrillo. Su brasa iluminará tus ojos donde brillan miles de imágenes que se trizan y se funden a la par de tus pupilas. Habrá impresiones sutiles y precisas en torno a tu entrecejo; habrá otras ambiguas repartidas entre los ojos, puesto que para eso tienes dos. Y sin embargo, todas ellas serán la evidencia de una chispa única y esencial, más allá de tu carne, de tu techo, de tu mundo. Apagarás tu cigarrillo entre otros puchos, entre cenizas. Lo aplastarás resignado contra el cenicero, y de él sólo quedarán unos cuantos efímeros restos de calor. Tu cuarto será sobrevolado por diversos rostros; verás las miradas con sus sonrisas y los rictus con sus comisuras. Los representantes de todas las armas estarán allí, pugnando por cada órgano de tu ser.
No sabrás del final, el juicio permanecerá abierto. Tu nuca dejará lentamente de sentir la almohada y tu piel se abstraerá de la brisa de la habitación. El universo de formas y tramas y tonos desaparecerá bajo tus párpados desvaneciéndose en las estelas espirales de dos soles negros. Todo habrá terminado, y pasarás a una mejor vida: en un sueño cualquiera irá a mecerte el olvido.
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