martes, 2 de enero de 2007

bocinas bocinas bocinas

tra vez esa maldita bocina que me impide concentrarme en el asesinato.
Pensar que todo había empezado más o menos así, hace cuatro años exactos. Hubo el correspondiente séquito bocinero, una gran fiesta, la estadía de diez días ocho noches mágicos en Santo Domingo all inclusive, en el multiestrellado hotel Fata Morgana, todo prefabricado de castillos en el aire: boludísima ilusión que apenas dos meses más tarde ya se habría dado de jeta contra la evidencia que hasta el día de hoy mastico y trago amargamente y vuelvo a masticar como una bilis negra y monstruosa: porque me casé con un monstruo, hay que decirlo, y a los monstruos hay que matarlos.
Malditas bocinas. Cortejo funesto de abogados que ya van discutiendo las cláusulas del acta de divorcio. Malditas bocinas que me han hecho perder el hilo de mi razonamiento. Creía tener resuelta la desaparición del cuerpo y sin embargo no era más que otra solución desesperada. Creía en otra opción, ya no sé en cuál. Distraído, ora observo en la esquina a un correcto señor, bastón en mano, que se propone cruzar la avenida. Todo un dandy, aunque algo excedido en kilos. Ora una mujer que detiene su coche para darle paso. Se diría que tiene un aire a Sofía, o mejor, a la Sofía de los noventa.
El señor cruza agradeciendo con un gesto de sombrero. La verdad, gordito y todo, un envidiable caballero.

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