viernes, 2 de febrero de 2007

sonata claro de luna

stá el silencio, está la luna llena, está Luciana, estoy yo. No está el sol, no están las luciérnagas, no está ninguna ausencia de mujer, y no estoy, por último, otra vez, yo. Sólo luz de luna; el resto, sólo sombras, astros que secundan, sin luz propia, la luna, su luz, que tal vez, tampoco. Sin embargo, a mí, por hache, por be, o por ellas, su luz apócrifa, las cortinas, no me llega. Medianoche es, verdad, después de todo, después de la luna, después de Luciana, o antes de todo, de mí, por ejemplo. Sólo eso, medianoche, puede ser, si se quiere, real; son los relojes, precisos, los que afirman el sentido, sus tics tacs, nerviosos, rabiosos, de la medianoche. Entonces ventanas, porque si cortinas, tras las cuales, o la cual, porque puede que una sola, si cortina, donde tras ella, o tras ellas, ésto. Esto: Luciana, luna, luciérnagas no. Tal vez yo, si luz, o tal vez no, pero medianoche sí, más allá de las cortinas, más acá. Luciana, fuego. Un cigarro, repito, un cigarro, gracias, me devuelve al fuego, a la luz que brota de un fósforo como un fuego fatuo, necesario; sus manos, sí, sus manos, se encienden, me encienden, calor me dan, de una forma precaria, gratuita; tanto que, Luciana, fuego, me recrea, me reinventa; Luciana, fuego, me ilumina, me devuelve, un fósforo, el rostro, gracias. La llama baila, se quiebra, en ella, sobre ella, sobre su sombra de luna. La llama se dobla, se quiebra, hacia el cigarrillo, hacia la boca, en fin, hacia mí, otra vez devuelto, encendido, otra vez yo, la enésima. Fumo, mirando, perdido, algún punto del espacio, obscuro, que delante mío se define, entre otros muchos, único, uno cualquiera. Fumo, mirando a través de la ventana, y es indispensable (y para ello voy, pensándolo bien, corriendo la cortina, o mejor aún, las cortinas) correr la cortina, correrlas. Entonces fumo, soplo el humo que se teje y se desteje gris bajo la luz de la luna, el humo que, en la medianoche en que yo, haya o no haya antes luz, o medianoche, haya o no haya corrido las cortinas, brilla blanco, del cigarrillo en mi boca. Linda noche Luciana, sí, digo, buena luna Luciana, ajá, digo, dame un beso Luciana con sus manos colgando de mis hombros, su cabeza, en mi pecho, blanco, por su luz, por la luna, resbalando. Me desnuda, la luz, desde los hombros hacia abajo, y corre, de alguna forma, nuevamente, la cortina, las cortinas. Me desnuda, Luciana, y aparece el cuerpo obscuro, sin sombras, negro, otra vez desnudo, de la noche, ya no medianoche, sino, un instante después, un abrir y cerrar de cortinas, un tic, un tac, un tac, un tac.

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