viernes, 2 de febrero de 2007

el muro

l muro seco, el muro blanco seco, fresco. Es el primer paseo, pies desnudos, manos desnudas, en el muro. El muro, apenas yo salido del hueco, se estira blanquísimo, después del largo sueño, y fresco, después de la lluvia. Dormí el hueco, dormí el sueño, una noche de fin de verano a principios de primavera. Hoy llovió, durante el sol, y despierto, fuera del recoveco, apoyo los cuatro primeros dedos en el muro. Puro mundo conocido, siempre nuevo. Que encandila, el muro, con el sol ya ido; que hace retroceder todavía una vez al hueco.
(Y hago umbral, desde donde puedo ir acostumbrando a la luz. Sin embargo, en mes y medio habrá otra costumbridad: tranquilo, muy tranquilo, estaré mirando un doble sol de mediodía.)
El muro fresco, muy blanco, y ahora móvil, como móvil. Que algo, derrepentino, cobra vida. Vida recién despertada, húmeda, las escamas todas despeinadas y reflejando el color del muro. Siento que empiezan a despertar también los sentidos otros, el rabo que tengo entre las piernas. Y tengo que, puedo, quiero, dejarla pasar. Miro desde el umbral, no me muevo, no salgo —pero me la como, la mato— y mis ojos la dejan seguir, la siguen, y fuera casi de sus órbitas la abandonan. Sólo por ahora, que canicular se anuncia el veranito, y también, o lo mismo, que la temporada recién empieza a tomar color.

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